viernes, mayo 26, 2006

Misterios de la Suerte



LA MÁS IRRITANTE DE LAS DESIGUALDADES


He estudiado la mágica
dicha, a la que nadie escapa.
Arthur Rimbaud



En el mundo, lo peor repartido es la Suerte.

Es un don maravilloso e inexplicable, un regalo de las hadas, que no ha sido otorgado a todos por igual" algunos están colmados de ella, mientras que a otros les ha sido dada con avaricia. Se trata de la más irritante y la más injusta de todas las desigualdades que abruman la condición humana.

Resulta banal recordar que los hombres nacen, viven y mueren desiguales en todo: en salud, belleza, fuerza, inteligencia, riqueza, felicidad- Ni siquiera la muerte los pone en pie de igualdad: algunos tendrán derecho a un mausoleo de mármol, otros tendrán que contentarse con la fosa común. Finalmente la eternidad (si creemos en ella), volverá irremediable esta desigualdad, puesto que habrá elegidos y condenados.

Para consolar de esta desigualdad a los hombres, los constituyentes de 1789 tuvieron la ridícula idea de declararlos "iguales en derechos", lo que no tiene sentido ni es real. Resulta casi como si el parlamento votara una ley para decretar que cualquier hombre tiene el derecho de correr 100 metros en 10 segundos, o que todo soldado de segunda clase tiene el derecho de ser general, o que todo dueño de un billete de lotería tiene el derecho de ganar el premio mayor. ¡ay!, “tener el derecho” de hacer alguna cosa no quiere decir que se tenga la posibilidad de conseguirla.

Agradezcamos al menos al legislador el haber enunciado enfáticamente la irrisoria perogrullada de la igualdad de derecho. Es gentil de su parte, aunque esta buena intención no cambie en nada la desigualdad profunda y congénita que reina entre los hombres.


La Nariz de Cleopatra

Para corregir tos efectos y defectos de esta desigualdad, ni las declaraciones de principios, ni los reglamentos de policía, ni los decretos gubernamentales sirven para nada. El único recurso es el sistema D, que permite hacer trampas o inventar argucias contra la realidad.
Si uno no tiene músculos, habrá de conseguirlos por medio de una gimnasia apropiada, Si se tiene la nariz torcida, la cirugía estética lo remediara. La constancia puede a veces reemplazar al talento, una estricta higiene compensar la mala salud. En fin, en casi todos los dominios el hombre puede tratar de mejorar' sólo tendrá que elegir entre diversos métodos, disciplinas, tratamientos, ejercicios, trucos de todas clases que deben permitirle compensar de alguna manera su handicap de nacimiento.

Alguna posibilidad de atenuar, poco o mucho, las consecuencias de la desigualdad, se nos ofrece en todos los terrenos. Todos excepto uno, el más importante: la suerte.

Hay en todo esto una carencia verdaderamente dramática, aun desesperante, si pensamos que la suerte es justamente, en un análisis profundo, el único medio de que dispone el hombre para "realizar su vida" y para conquistar la felicidad aquí' abajo.

El trabajo, el talento, el amor, el valor, la virtud, el vicio, la astucia, la intriga, el crimen, nada iguala en proporción al coeficiente suerte, que afecta a cada individuo en su comportamiento, en sus esfuerzos, en sus avances.

Aunque uno sea pobre, torpe, débil, enfermizo, estúpido, vicioso, no por ello se obtendrá menos éxito, si se tiene SUERTE. Se puede ser rico, hermoso, sano, inteligente, virtuoso, y a pesar de ello fracasar en la vida, no encontrar en el camino más que reveses y desgracias, si no se tiene suerte. Solamente la suerte otorga eficacia a nuestros esfuerzos, a nuestras virtudes y talentos. Sin ella, no conseguimos el éxito que merecemos. Colorea de manera diversa los acontecimientos de la vida. Mucho mejor que al sol, puede dirigirse a la suerte la famosa invocación de Chantecler: "¡Oh tú, aquel sin el cual las cosas no serian lo que son!".

Si, en última instancia, puede afirmarse que el factor determinante de la realización en todos los terrenos -sentimental, financiero, profesional- es, la suerte. Esto no es simplemente una visión pesimista del espíritu, un cuadro que se vuelve negro, sino la constatación de una evidencia, que cada uno puede hacer limitándose a mirar con objetividad el mundo tal cual es,

Al tomar conciencia de esta desmoralizadora realidad, los que se creen los "perseguidos de la suerte" se verán tentados de renunciar a todo esfuerzo y perder hasta el gusto por la vida. Bueno, deben serenarse, volver á tomar coraje. Es para ellos -y para mi, pues soy uno de ellos que he emprendido este estudio, para buscar las recetas y los medios de amansar a la suerte, de alejar a la mala suerte.

Por cierto, seria absurdo esperar, como nos lo prometen los demagogos, que un día una sociedad más justa pueda dar "a cada uno según sus méritos" o, según la utopía socialista, "a cada uno según sus necesidades".


No. siempre será: a cada uno según su suerte. Pero, felizmente, sé que, en el estado actual de nuestros conocimientos, es posible dar la suerte a los que no la tienen, dar uno poco mas a los que no tienen bastante, y enseñar a los que la tienen a no malgastarla en vano.

En cuanto a los perseguidos por la mala suerte, los que no tienen éxito en nada, es posible dotarlos de un nuevo pasaporte para la felicidad, enseñándoles los medios de amansar a la suerte para su uso personal, luego de haber neutralizado la influencia de su mala estrella.

En este dominio misterioso, hay leyes tan rigurosas como las que rigen el mundo físico. Hay que aprender a conocerlas y a respetarlas. Hay que llegar a interpretar ese silencio que evocaba el poeta Charles Maurras cuando escribió:

Y nuestros augustos consejeros, las grandes leyes del ser, inmóviles en su luz, hacen un silencio que me confunde.

El éxito, la felicidad, en todo caso la paz del alma, se obtienen a ese precio

Mi propósito no es el de filosofar amargamente sobre el escándalo de la desigualdad, o sobre la fatalidad que parece regir los destinos humanos. He querido escribir un manual práctico para el uso de mis hermanos de desgracia, un vade mecum de la suerte para el uso de todos los que se quejan de que sus esfuerzos son inútiles, que sus méritos no son recompensados, que su futuro está cerrado, su realización retrasada sin tregua y sin razón.
En suma, lo que les aporto sin ninguna vanidad de autor, ya que las recetas no son mías sino que han sido tomadas de las fuentes de una tradición olvidada o despreciada-- son los medios empíricos para corregir la injusticia mas grave del mundo: la desigualdad de los hombres en lo que respecta a la SUERTE.



En Estado Salvaje


Supongamos que la electricidad fuera la única fuente posible de luz artificial, y que no se hubiera encontrado el medio de captar esta fuerza invisible. Estaríamos entonces condenados a vivir de noche en la oscuridad.
La suerte es similar a la electricidad, hay que saber captarla y conducirla, hasta producirla, si se la quiere aprovechar.

Primera certidumbre, primer consuelo: la suerte en el estado salvaje, se encuentra expandida por todo el mundo. Algunos seres, naturalmente buenos conductores, la captan sin dificultad; los otros pueden aprender a domesticarla. En todo caso, nadie está totalmente desprovisto de ella. Cada uno, en el momento de nacer, tiene un cierto capital, una carga determinada en sus acumuladores.
Este capital, cada uno lo gasta en el curso de su vida --no a su capricho, es cierto, ni en el momento en que él mismo lo decide pero según las exigencias de su destino, en el devenir de los acontecimientos y circunstancias que componen una existencia.


TENER EL TANQUE LLENO

Un célebre cirujano, especialista en injertos, el profesor B, piensa que cada hombre, al nacer, trae consigo cierta cantidad de combustible vital (cantidad variable para cada individuo), que consume en el sucederse de los días es el combustible para su motor. Cuando su reserva se agota, muere.

En verdad, afirma el cirujano, la medicina puede en rigor apaciguar los sufrimientos, pero no prolongar la vida de un paciente ni medio segundo. Cuando las pilas que contienen la carga de vitalidad se vacían, la muerte es inevitable. Los acumuladores del motor humano no se recargan. Es por ello que algunas personas de salud robusta, los vigorosos, no resisten las pruebas, las torturas, las privaciones shocks operatorios, a los que sobreviven los enfermos y más débiles.
Esto ha sido comprobado en los campos de concentración; puede verificárselo, todos los días, en la vida corriente, en los hospitales.

Goethe tenia razón cuando afirmaba: “La muerte no es más que un desfallecimiento de la voluntad de vivir", Lo diremos de manera más prosaica: el motor se detiene cuando se termina el combustible y el médico no podrá ser el empleado de la estación de servicios que salva de la falta de combustible,

Este misterioso combustible vital no puede ser evaluado por medio de ninguna medida fácilmente legible que nos revele su nivel. Si existiera una manera de saberlo, entonces podría preverse, en una segunda etapa, la fecha de la muerte. Pero nadie puede saber con precisión cual es la reserva en combustible vital de un ser humano, ninguna luz roja que avise de la inminente falta de combustible.
Hasta la última gota de nafta el motor puede girar. Únicamente la muerte violenta por accidente puede detenerlo antes que el combustible vital se agote.

El profesor B no se atreve a sostener públicamente esta teoría, por temor a desacreditar radicalmente a la medicina e incitar a los enfermos a despreciar todas las terapéuticas; la reserva para las conversaciones después de cenar. Pero no tiene los mismos escrúpulos para transponerla a los dominios de la suerte

Aquí también, afirma, se trata de un combustible que se consume a medida que tienen lugar los logros, Cuando la reserva se agota, llega Waterloo, Es necesario en este momento resignarse y conformarse con las propias fuerzas-- es decir prácticamente nada-- para llevar a cabo cualquier empresa.

Evidentemente, hay casos en los que el depósito está tan bien provisto al partir que no se termina cuando concluye la carrera. Otras veces, por lo contrario, el gasto de combustible ha sido hecho en la primera parte del recorrido. Se llega igual, aunque al partir el depósito esté casi vacío.



FELICES LOS RICOS

En lo que concierne a la suerte, esta teoría no es cierta si no a medias. Para que lo sea por completo, hay que añadir que existen, a lo largo del camino, surtidores de suerte en los que uno puede llenar su depósito. Los que se queden sin combustible no tendrán que empujar su automóvil. En todo caso, mi propósito es justamente ayudarlos a volver a llenarlo.

Para algunos privilegiados, bastante raros, el capital de suerte que heredan al nacer es considerable, casi diríamos inagotable, Estos ricos logran todo lo que se proponen, no necesitan ni talento, ni inteligencia, ni energía siempre están, como suele decirse, “mimados por la suerte". Basta con mirar alrededor para encontrar ejemplos de felices insolentes e inmerecidos, de logros que no se justifican ni por el trabajo ni por la competencia, ni tampoco por la astucia o la deshonestidad.
Solamente la suerte justifica estos éxitos. Al menos que creamos que algunos avances, algunas, fortunas se ganan en la lotería.

Por lo contrario, para los pequeños rentistas de la suerte, los desprovistos, todo se volverá en su contra, aunque sean inteligentes, trabajadores, concienzudos, enérgicos vegetarán en empleos sin importancia, tendrán quebrantos económicos, fracasarán en su vida.

Esto que es válido solamente en el plano social lo es también para el sentimental, el deportivo, el de la integridad física. Tal muchacha, muy hermosa, no podía hacerse amar, mientras que un adefesio conseguirá provocar verdaderas pasiones. Entre dos atletas igualmente dotados, la suerte favorecerá siempre a uno en detrimento del otro. Un niño cae del quinto piso y se levanta sin un rasguño; otro tropieza al bajar la escalera y se rompe el cráneo. La suerte, siempre la suerte.

En todas partes, en todas las cosas, en todas las circunstancias, establece entre los hombres una jerarquía injusta, una discriminación escandalosa. Inasible, inmaterial, multiforme, sirve para usos diversos. Se manifiesta en todos los dominios: el juego, el amor, el trabajo, el dinero, la salud, el éxito social y profesional. Acompaña a algunos seres desde la cuna hasta la tumba, rodeándolos sin cesar de una seguridad a la que ningún fracaso nunca logra empañar. En cuanto a otros, a los que no protege más que un tiempo, súbitamente se cansa, los abandona, dejándolos desnudos y vulnerables. Finalmente hay un grupo a los que se limita, por capricho, a no otorgarles más que satisfacciones limitadas o una ayuda intermitente.

Recuerdo a una mujer a quien la suerte le estaba estrictamente limitada al dominio inmobiliario: cuando arreciaba la crisis del alquiler, ella tenía siempre el problema de elegir entre diez departamentos que venían a ofrecerle; pero era éste el único terreno en el que la suerte le sonreía.

Algunos ganan regularmente pequeños premios en la lotería nacional pero nunca se ven seriamente favorecidos en sus asuntos financieros Otros encuentran siempre un lugar para estacionar su coche en los barrios más transitados ¡qué suerte! pero tienen siempre los guardabarros abollados y los parachoques hundidos; ¡qué desgracia!.

Estos favores limitados, a menudo ridículos, están muy bien caracterizados. Inexplicables para aquellos a quienes benefician y a veces hasta molestos, es imposible, en todo caso, ignorarlos. Uno llega a. sentir el lugar en el que ocurre un misterio, el campo y el objeto de una fuerza secreta a la cual no se puede escapar.

Una curiosa particularidad de la suerte es que puede ser positiva o negativa; en el primer caso, es conquistadora, operativa, creadora, mientras que en el segundo, es protectora, resistente, obstaculizadora.
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Es muy raro que una persona tenga al mismo tiempo las dos formas de suerte. Por mi parte, nunca he encontrado ni siquiera una sola. Sin embargo, siempre es posible hacer un extraño trueque, cambiar la suerte positiva por una suerte negativa o a la inversa. Si, se trata de una operación factible pero, a mí juicio, bastante arriesgada, cuando no tiene justificación moral.

La sabiduría consiste siempre en contentarse con la forma de suerte de la cual uno dispone naturalmente y resignarse a verse privado de la otra. En este sentido, puede decirse que se trata de satisfacer sin grandes riesgos a la temible ley de las compensaciones, de la que hablo en otro capítulo; lo cual es, en resumidas cuentas, muy tranquilizador.

Uno de mis amigos, haciendo el balance del medio siglo que acababa de cumplir, se asombraba con filosofía de no haber tenido nunca suerte: ni en su vida profesional, en la que, a pesar de su capacidad y su trabajo su realización fue mediocre, ni en su vida sentimental, que fue una sucesión de fracasos.
Como compensación, verificaba con sorpresa que en el curso de su existencia había sido beneficiado siempre por una protección inexplicable que le había permitido, en forma notable, salir indemne de innumerables catástrofes o pequeños accidentes (bombardeos, guerras, choques de automóviles, epidemias, caídas, etc.). Era por esto, finalmente, por lo que estimaba ser un hombre de suerte.



EL SIGNO MENOS

La suerte tiene su homóloga negativa: la mala suerte. Ciertas personas se ven afectadas por este temible signo menos. Pueden estar marcadas por él toda su vida, o solamente en ciertas circunstancias, en ciertos períodos, y en ciertos sectores de su actividad. De este modo, la sabiduría popular, siempre a la búsqueda del compromiso y de la compensación, ha imaginado una explicación; afortunado en el juego, desafortunado en el amor.

Los que tienen mala suerte son o quejumbrosos o resignados. Los primeros, al menor contratiempo, exclaman. "¡qué desgracia! lo esperaba, esto me pasa siempre a mí, etc." los segundos rumian en silencio sus decepciones, se complacen en su morosidad, se deleitan justificando su pesimismo al ver que se concretan las desgracias que preveían.

Antes de abordar lo hondo del problema, querría primero destacar a estos pesimistas, que ellos contribuyen justamente a atraer la Mala Suerte sobre sus cabezas, al afirmar en cualquier ocasión, en voz alta, que no los sorprenden los obstáculos, que ningún incidente enfadoso los asombra, que han hecho una costumbre inveterada del fracaso, que son víctimas predestinadas y resignadas de la desgracia.

Subrayo intencionadamente en voz alta, calificación que agrava el efecto nocivo de los pensamientos pesimistas que se alimentan en el fuero interno. Pues el poder del verbo --del que hablaremos en otro capitulo-- es tal, que nombrar una cosa basta a veces para hacerla nacer, invocar o evocar a alguien lo hace aparecer, describir un suceso es el comienzo de su realización.
Hasta una mentira, si se expresa con fuerza y con habilidad, se volverá inevitablemente verdad, es el caso de los mitos, de las fábulas, de las palabras históricas, de todos los vocablos vacíos de sentido en nombre de los cuales se hacen las revoluciones, las guerras, y que son capaces de provocar pánicos, éxodos, éxtasis, alucinaciones colectivas

Nombrar la mala suerte, aplicársela para todo con una morosa delectación, no tendrá, evidentemente, otro resultado que atraerla tan seguramente como la carne cocida atrae a las avispas

En consecuencia, el primer consejo imperativo que hay que dar a los que tienen mala suerte es que dejen de vivir en familiaridad con la mala suerte: no hablen más de ella, no la invoquen nunca, tachen hasta su nombre y todos los sucedáneos coloquiales del vocabulario que suelen emplearse.

No hay que resignarse nunca a ser un quejoso. Ni siquiera tácitamente, ni siquiera sin lamentarse en voz alta. Al contrario, hay que tomar la resolución de trabajar para vencer los obstáculos que hacen abortar los proyectos mejor preparados, levantar esa tapa de plomo que pesa tan a menudo sobre las veleidades de expansión de la personalidad, del gozo de vivir y del concretar objetivos. Hay que usar medios apropiados para conquistar la suerte a la que todos tenemos derecho, aun los que menos suerte tienen de todos.



¿ES CIERTO QUE ESTOS MEDIOS EXISTEN?

Afirmo que sí, y que se puede realmente neutralizar a la mala suerte, a condición de saber de antemano cual es la naturaleza exacta de esta mala suerte. Se trata entonces ante todo de ser bastante perspicaz como para descubrir y analizar los síntomas de esta extravagante enfermedad; la desgracia,

Hay que saber si la mala suerte de la que uno se queja es innata o adquirida más o menos recientemente; si es general o particular; si se aplica más a una forma que a otra de nuestra actividad; si maltrata preferentemente un dominio de nuestra existencia {profesional, familiar, sentimental, sanitario...), si provoca dramas, accidentes graves, daños mayores, o bien si se conforma con hacer caer los techos, acumular pequeños obstáculos y dificultades…

Sé muy bien que un análisis así a veces, es incómodo de hacer, pues debería ser objetivo, lúcido, honesto y completo. Pero es absolutamente indispensable que se haga con cuidado, pues es a partir de sus resultados, que podremos decidir qué remedios hay que aplicar.

Una mala suerte congénita no se cura con los mismos procedimientos que una mala suerte accidental, que no se manifiesta sino después de algunos meses; una desgracia que envenena todas las circunstancias grandes o pequeñas de la vida no debe ser cuidada de la misma forma que la desgracia parcial, aquella, por ejemplo, que persigue a algunos automovilistas, que nunca encuentran un lugar para estacionar su coche.

Otro problema muy importante al que es necesario responder antes de examinar el modo de curación, es el de determinar la o las causas de la mala suerte que se
quiere tratar.

Puede tratarse, por ejemplo, de una Mala Suerte hereditaria: en ese caso, ¿proviene de la madre o del padre? ¿La tara se atenúa o se agrava al pasar de una generación a otra? ¿Cambia de forma o de naturaleza? Volveremos otra vez más ampliamente sobre este tema, pero quiero ya decirles que la suerte es (junto con la longevidad) la cualidad que se trasmite con mayor seguridad de padres a hilos. Es fácil suponer el interés de una herencia tal y las consecuencias que pueden extraerse de esta ley genética.

A la espera de prescribir remedios personalizados, adaptados a cada caso particular de mala suerte, puedo dar un consejo de orden general, del que todo el mundo podrá sacar provecho, y que será suficiente para paliar los maleficios más visibles.

Cualquiera que quiera luchar eficazmente contra la mala suerte debe adoptar obligatoriamente una actitud de combate, estar siempre dispuesto a reaccionar y a responder a cualquier ataque. No hasta resignarse, no basta sufrir. Por duro que golpee la suerte, no hay que manifestar ni amargura, ni rencor, ni desatiento.

Finalmente, es indispensable no tener más que pensamientos positivos, es decir, ver e imaginar el feliz resultado de lo que se emprende, en lugar de temer el fracaso; considerar el aspecto bueno y no las consecuencias desagradables de los acontecimientos que se viven. Entonces usted será como un atleta de la suerte, siempre en buena forma, listo a responder a todas las influencias negativas que provienen de la herencia, del destino individual o de un sortilegio enemigo, y siempre dispuesto a recoger los favores de la fortuna que pasa.

Quienquiera que sea, Suerte y Mala Suerte marcan a los hombres, sus actos y su vida, con una fuerza tan evidente que nadie puede pensar en negarla. De todas las desigualdades que limitan la condición humana, es la mas evidente y la de consecuencias más pesadas: es, por lo tanto, aquella a la que hay que esforzarse en poner remedio antes que a las otras.


Es cierto que, en este terreno, los charlatanes son una legión que explota la credulidad pública. El comercio de talismanes y amuletos es próspero. La suerte se vende bien.

Siento escrúpulos al evaluar a estos comerciantes de charlatanería. Cierto, ellos, se valen de poderes abusivos y su eficacia es dudosa. Sin embargo, en el origen de su empresa, hay siempre algo de auténtico. Es como si abrevaran en la fuente de un gran secreto diluido. Tienen una vaga conciencia de las fuerzas que rigen los destinos humanos y tratan de canalizarlas por medios empíricos.
A menudo llegan a captar un reflejo de la verdadera luz, y queda a veces bastante calor como para reavivar una brasa de suerte para sus ingenuos clientes. Tanto mejor para ellos, que hacen fortuna, y tanto mejor también para el usuario, que gana efectivamente un poco de felicidad.

Pero pienso que es posible en la actualidad ir más allá de este empirismo primario. Hay que considerar el problema de la suerte en su conjunto, buscar el por qué y el cómo de este poder misterioso que condiciona la vida de todos los hombres. La suerte obedece a leyes, como la electricidad. Cuando sepamos lo que la atrae y lo que la repele, podremos domesticarla.

No pretendo escribir una fisiología de la Suerte. Las observaciones no han sido llevadas a cabo todavía con método, con el suficiente rigor científico, se han limitado a constatar las interferencias de la suerte en todos los acontecimientos de la vida. No existe acuerdo sobre una definición de esta fuerza, sobre su naturaleza (¿espiritual o material?), sobre su origen, su fuente, sus caminos, sus afinidades, sus repulsiones.

Por mi parte, no soy ni un sabio ni un filósofo. Pero luego de decenas de años, chapoteo en los peligrosos pantanos, a la búsqueda de una explicación. Desde muy joven, fui impresionado por el espectáculo de injusticia y de desigualdad que abruma a los hombres de buena voluntad. Ver a las personas que perdían la partida con todos los ases en la mano me empujaba hacia un abismo de asombro. Ver a otros, en cambio, alcanzar su objetivo sin esfuerzo y sin justificación, me escandalizaba.
En el poker, es posible ganar sin mostrar el juego, pero al menos hay que demostrar audacia, sangre fría, psicología; no se trata de una manifestación de la suerte en estado puro, como se constata en ciertas reuniones sociales.


LOS CUATRO ESTÚPIDOS DEL MINISTERIO

Me he divertido verificando, en los sectores más evidentes en los que se inscriben los sucesos humanos (por ejemplo, la política y la literatura), lo inexplicable, constante y soberana intervención de la suerte.

A lo largo de varias decenas de años, ante cada cambio de gobierno, estudié con aplicación y objetividad la lista de ministros. Entre ellos siempre encontré --y la proporción nunca fue desmentida-- que cuatro sobre veinte eran, sino perfectos cretinos, al menos hombres de un nivel intelectual por debajo del nivel promedio y radicalmente ineptos para la función: su ascenso, su promoción, no tenia ni explicación ni justificación posible.

Me han objetado que si esos ministros no deben su puesto ni a la intriga, ni a su mérito, ni al talento, tal vez lo hubieran obtenido con rehenes, por el peso que representaban en una sutil dosis para equilibrar la influencia de los partidos... Afirmo que no. En todos los casos sometidos a análisis, he podido verificar que Tartempion, Truc o Machin hubieran equilibrado mejor el peso y hubieran sido mejores rehenes. Solamente la suerte ha otorgado a estos inaptos-ineptos el nombramiento ministerial, que es la coronación de cualquier carrera política.

Mi argumento tomaría rápidamente la fuerza irrefutable de la evidencia si pudiera citar nombres, pero esto no es posible pues, paradójicamente, sería difamar a alguien decir que ha sido dotado de ese don maravilloso: la Suerte. En todo caso, seria licito que los lectores hicieran por su cuenta el trabajo al que me he dedicado yo, y encontrarían sin trabajo a los cuatro estúpidos del ministerio. Podrán también convertir este trabajo en un distraído juego de sociedad.



LA SUERTE SOLA...

En literatura también es evidente. Estudie, lector, la lista de los grandes sucesos de librería y de los premios literarios, y encontrará dos sobre cinco que no tienen ninguna justificación. Solamente la suerte ha valido a los autores de esas obras la celebridad y la fortuna. Si hubieran elegido ser almaceneros o basureros, hubieran tenido el mismo éxito en su profesión.

Podemos constatar lo mismo en todos los dominios. Ya se trate del comercio o de la función publica, del juego o de la felicidad doméstica; en un buen cuarto de los casos es solamente la suerte la que decide.

Cuando uno se encuentra muy perturbado por estas constataciones, se resigna gustoso a acusar al azar.

Se trataría del azar si, al constituir su gabinete, el primer ministro se equivocara de número de teléfono y ofreciera una cartera a Truc cuando tenia la intención de confiársela a Machin.
Se trata del azar cuando dos académicos Goncourt votan en la última vuelta del escrutinio por fulano, de quien no han leído la novela, mientras que admiran sinceramente al libro de Zutano.

Se trata del azar si X es nombrado director, mientras que Y está más calificado para ocupar ese puesto. Se trata del azar si Z hace fortuna sin merecerla, gana en el juego, escapa a un accidente, se casa con la hija de un millonario,



NO ES EL MEJOR EL QUE GANA

¿Por qué él? ¿Por qué no otro? ¿Por qué no yo? El azar, ¡Vamos ya! El azar no existe y no puede existir. Todo lo que sucede, todo lo que se produce, todos los acontecimientos, son el resultado de cierto número de fuerzas entre las cuales la única verdaderamente decisiva es la suerte. " ¡que gane el mejor!", todavía es un deseo piadoso. En realidad, el que gana no es nunca el mejor, siempre es la suerte la que lo decide en el momento de la competición.

El Azar no es compatible con las leyes que rigen el universo. ¿Podemos imaginar que el azar modifique la marcha de los planetas alrededor del sol? ¿Resulta posible pensar que el azar pueda alterar, aunque fuera una sola vez, la ley de gravedad? Seria absurdo. La más débil intervención del azar en cualquier mecanismo, el más pequeño o el más inútil en apariencia, haría saltar el mundo seria instantáneamente el regreso al magma innominado, a la confusión previa al primer día del génesis.

Por lo tanto, el Azar concebido por definición como una intervención inmotivada irrazonable, absurda, sin autor ni responsable, en el curso de los acontecimientos no puede existir. Pero la voluntad del hombre, ella sí, es capaz de actuar en todos los engranajes, sin excepción, que componen la gran maquinaria del universo.

El hombre, hecho a la imagen de dios, es él mismo un Dios: puede crear, infringir leyes físicas y las leyes del ser tan fácilmente (pero no tan impunemente) como las leyes morales, ¿cómo? a golpes de voluntad.

Podemos tener una prueba de ello refiriéndonos a ciertas experiencias, hechas en condiciones rigurosamente científicas, en el instituto Rhine de EE.UU. Me limitaré
a recordar una sola que prueba, sin discusión posible, todo el poderío de la voluntad humana.



UNA GOTA DE AGUA

Bajo una campana de vidrio perfectamente aislada de toda influencia exterior, una gota de agua cae a intervalos regulares sobre la fina lámina de una navaja, que la
separa en dos partes exactamente iguales. Los dos recipientes que se encuentran bajo la lámina, a izquierda y derecha del punto en el que la gota se divide, se llenan entonces de agua a una velocidad rigurosamente igual. Ahora bien, al hacer intervenir la voluntad humana van a modificarse los resultados de la experiencia.

El experimentador está ubicado en condiciones tales que no pueda tener ninguna influencia física sobre la campana de vidrio, ni por la irradiación de calor animal, ni por la intervención cualquiera de alguna onda, eléctrica o magnética, de cualquier naturaleza que sea. Se le pide entonces que quiera fuertemente que la caída de la gota de agua sea desviada hacia la izquierda.

Al cabo de algunos minutos, se constata que el recipiente de la izquierda se llena más rápido que el de la derecha. Se ha demostrado entonces que la voluntad puede actuar sobre el curso de las cosas, sobre un acontecimiento, contrariar una ley física, es decir, en los hechos, hacer milagros. En estas condiciones, ¿por qué no podría igualmente actuar sobre las leyes de la suerte, que rigen los destinos humanos?



SE SUPONE QUE NADIE IGNORA LA LEY

Es por cierto en esta dirección que hay que buscar. Verificaremos, además, en la continuidad de este estudio, que todos los desenganches de las trampas a la suerte son finalmente dirigidos por la voluntad, que todas las corazas inventadas contra la mala suerte no adquieren un espesor impenetrable sino es por la voluntad,

Lla fatalidad es solamente una apariencia. En un primer estadio, cuando se constata la intervención implacable de la suerte en todas las empresas humanas, uno se desespera. Pero luego de haber despejado los principios y las leyes de esta fuerza soberana, se comprende mediante qué esguinces y por medio de qué esfuerzos se puede modificar sus aplicaciones.

Por lo tanto no es razonable resignarse a sufrir los golpes de la Suerte y de la Mala Suerte como las tempestades y las bonanzas del océano. Si es cierto que algunos tienen una suerte innata, para otros ella puede ser como el genio, el fruto del esfuerzo, de la paciencia, de la voluntad, es posible hacerla nacer, crear las condiciones morales y materiales donde pueda manifestarse.

El hombre, que en los menores actos de su vida, está obligado a tener en cuenta las leyes del mundo físico, no ha oído hablar nunca de las leyes del mundo invisible y comete sin dudarlo las peores imprudencias. Sin embargo, ese mundo invisible está en tan estrecha compenetración con el mundo visible que a veces una simple palabra, un gesto banal bastan para desencadenar verdaderas catástrofes porque constituyen infracciones a leyes desconocidas.
Pero se supone que nadie ignora la ley, y todavía menos las leyes de la suerte, esas leyes de un trágico rigor, que no pueden ser violadas sin atraer enseguida las represalias de lo esconocido.

De este modo, será solamente cuando se les haya revelado y aprendido que se podrá asegurar a cada uno aquí su máximo de felicidad y de buen resultado, teniendo en cuenta sus aptitudes innatas y el campo de fuerzas del que se dispone,

El curso de un destino no será ya abandonado a la sola y ciega acción de la suerte. En lo sucesivo, se podrá conducir a esta suerte, para hacer producir los mejores frutos al árbol de la vida sobre el cual ella se encuentra injertada.




Capítulo I del libro Las Leyes de la Suerte del periodista francés

Roger de Lafforest